Estoy en contacto con líderes y funcionarios de los países más
desarrollados y de países en desarrollo. En julio, cuando fracasó
la ronda de negociaciones sobre el Programa de Doha para el
Desarrollo, me sorprendió la gran diferencia que había entre lo que
dicen esos representantes cuando se reúnen en la Organización de
Cooperación y Desarrollo Económicos (OCDE), en París, y las
posiciones que toman en las negociaciones de la Organización
Mundial del Comercio (OMC), en Ginebra.
Oportunidad de avanzar
El Programa de Doha para el Desarrollo ofrece la oportunidad de
equilibrar las reglas comerciales en favor de los países en
desarrollo, al tiempo que ofrece un impulso a la economía mundial.
En gran medida, según se informó, las negociaciones de Doha
fracasaron por los desacuerdos en materia agrícola, pero es
evidente que no era el único punto de controversia. En realidad,
algunos países ricos no estaban dispuestos a aceptar más recortes a
los aranceles y subsidios nacionales a los productos agrícolas que
distorsionan los intercambios comerciales. Por su parte, los países
de economías emergentes ofrecieron -lo que a juicio de algunos-
eran tan sólo mejoras modestas con relación al acceso al mercado de
bienes y servicios.
El estancamiento actual perjudica a todos los países, pero los más
pobres son los que más sufrirán. La OCDE estimó en casi US$ 100.000
millones las ganancias que podrían obtenerse mediante la plena
liberalización de bienes industriales y agrícolas. Estas son
resultado del aumento de la actividad económica y, por ende, de la
prosperidad, Los beneficios de la liberalización del comercio de
servicios -el sector de crecimiento más rápido de la economía
mundial- podría ser cinco veces mayor y cifrarse en US$ 500.000
millones, aproximadamente. Un acuerdo de Doha para facilitar el
comercio, que suprimiera barreras de procedimiento, podría
contribuir con otros US$ 100.000 millones, como mínimo. Se
pronostica que los países en desarrollo obtendrían hasta dos
tercios de esas ganancias.
El fracaso de Doha significa la pérdida de esos beneficios. Más
aún, se corre el riesgo de que socave el sistema multilateral de
comercio y desate una ola de proteccionismo difícil de frenar para
los políticos razonables.
Apoyo a los países más débiles
En los últimos 50 años, el comercio ha sido un potente motor del
crecimiento y ha contribuido a que millones de personas salgan de
la pobreza. No obstante, a corto plazo, la liberalización del
comercio tiene su precio, ya que algunos países y trabajadores
tienen que enfrentar los altos costos del ajuste. Una apertura de
mercados, apoyada por políticas que faciliten el cambio, es crucial
para garantizar que quienes sufren pérdidas a corto plazo también
puedan sacar partido de la globalización.
En ese aspecto, el sistema multilateral de comercio desempeña una
función vital, al defender y promover los intereses de todas las
naciones que realizan intercambios mercantiles. En virtud de los
principios de trato nacional y no discriminación, la OMC ofrece un
foro de negociación y, por el recurso a la reclamación en casos de
violación de los acuerdos, encarna un sistema basado en normas que
contribuyen a que el comercio internacional impulse el crecimiento
y el desarrollo.
La alternativa a un acuerdo de Doha es sombría. Existe el riesgo de
que la OMC proceda por litigio en lugar de regulación y que la
solución de controversias sustituya la labor normativa. Las
actuales distorsiones del comercio y la actividad económica podrían
enraizarse, en cuyo caso, a los países en desarrollo les resultaría
cada vez más difícil competir en condiciones equitativas en los
mercados mundiales. Además, proliferarían los tratados comerciales
de carácter bilateral y regional. Sin la disciplina que impone un
vigoroso sistema multilateral de comercio, aumentarían las
probabilidades de que dichos tratados causen tensiones e
ineficiencias, no sólo por la desviación del comercio y la
inversión, sino también por la proliferación de normas de origen y
de productos que incrementarían los costos para las empresas. De
hecho, frente al estancamiento de Doha, ya se han hecho propuestas
para un tratado de libre comercio del Foro de Cooperación Económica
Asia-Pacífico (APEC).
Entonces, ¿cómo avanzamos? ¿Qué hacer para evitar el fracaso?
La agricultura representa una pequeña parte de las economías de los
países desarrollados, pero en términos políticos, es un sector muy
sensible. Es hora que los países desarrollados tomen la iniciativa
y empiecen a aplicar las recomendaciones que nacen de sus propios
debates en la OCDE. Nuestro análisis muestra que los aranceles
agrícolas y los mecanismos de apoyo de precios son ineficaces para
apuntalar los ingresos de las familias de agricultores y, a la vez,
proteger el medio ambiente y velar por la salud de las economías
rurales. La sensibilidad política no debería traducirse en
políticas económicas irracionales.
Combinar las negociaciones comerciales con las reformas
nacionales que hacen falta y una efectiva asistencia para el
desarrollo facilitaría una mayor reducción de aranceles y
subsidios, lo que cerraría la brecha que surgió en julio entre las
posiciones de los negociadores de Doha. Una vez zanjadas las
diferencias sobre la agricultura, podrán avanzar las negociaciones
en otras esferas donde existe la posibilidad de cosechar los
mayores beneficios que ofrece un comercio más abierto y respecto a
las cuales, los países en desarrollo más avanzados deberían estar
dispuestos a seguir adelante con las mejoras relativas al acceso al
mercado.
Una perspectiva más amplia
En los países desarrollados como en los países en desarrollo más
avanzados, corresponde a los políticos persuadir a los electores de
las ventajas de Doha. Paralelamente, es preciso garantizar apoyo en
otros campos a los países menos adelantados, por ejemplo, mediante
una asistencia para el desarrollo que les ayude a racionalizar los
servicios de aduana y a construir los puertos y demás
infraestructuras necesarias para exportar sus productos.
Los líderes progresistas deben tener una visión más amplia del
asunto y percatarse de que está en juego la capacidad de la
humanidad de forjar un mundo mejor. Enfrentamos desafíos mundiales
de gran envergadura, entre ellos: las guerras; los enormes
desequilibrios financieros; los altos precios de la energía; el
proteccionismo de las inversiones; la propagación de enfermedades
infecciosas y el envejecimiento de la población. Además, disturbios
políticos, pobreza y conflictos sociales atenazan a muchos
países.
En un mundo tan complejo -frente a esos retos, aparentemente,
insolubles- el Programa de Doha para el Desarrollo supone una
solución al alcance de la mano para la arquitectura mundial
multilateral y también el seguro menos costoso contra un
resurgimiento del proteccionismo y las guerras comerciales.
Llevando a buen puerto las negociaciones de la ronda de Doha
podremos dar un impulso a la economía mundial y contribuir a una
distribución más equitativa de la riqueza.
Intereses compartidos: Forum de Comercio y OECD
Observer

Gracias a los enlaces de larga data entre las versiones en línea,
el lector puede utilizar Forum de
Comercio para ver los titulares del OECD
Observer y viceversa.
Ángel Gurría es el Secretario General de la Organización de
Cooperación y Desarrollo Económicos. Este artículo se basa en la
versión original en inglés, Doha: the low hanging fruit,
que se publicó en la versión en línea del OECD Observer (http://www.oecdobserver.org
) del mes de agosto y en el No. 257 de la versión impresa del mes
de octubre. © OCDE 2006. La calidad de la traducción en español y
su coherencia con el texto original es responsabilidad del
CCI.